El hecho lo ameritaba. Por primera vez en el año hice uso del chaleco de fotorreportera y fui a la despedida del gran Martín Palermo.
Bastaron pocos minutos para que recordara por qué había dejado de ir. Credencial y chaleco para que nos den la entrada. La entrada la pasamos por dos molinetes. Nos anotan el número de socios de ARGRA 4 veces hasta entrar al campo de juego. Entramos y ahí convivimos con policías, organizadores de a cientos, parientes cercanos, lejanos, políticos, porristas, chiveros, falsos policías, falsos organizadores, falsos parientes, falsas porristas y falsos chiveros.
Cuando quisimos ubicarnos detrás de los arcos vimos que, donde debería haber espacio vacío había parlantes, consolas, trípodes, gordos, ratis y trolas. Nos ubicamos igual, en recovecos. No somos pedigüeños los fotorreporteros. Por eso, a lo único que atinamos es a pedirle a la horda de colados que por favor caminen rápido cada vez que pasan por delante nuestro. Llega el final y nos ponen detrás de una cuerda, a espaldas del evento. Vemos volar a Martín, pero no vemos los brazos de los que lo sostienen. Mario Pergolini se encarga de tapar lo poco que podemos encuadrar. Nada, pero nada de nada de la emoción que pueden sentir los que lo miran por TV llegamos a sentirla nosotros, que nos pasamos toda la noche gritándole a los colados (que por supuesto pasean del otro lado de la cuerda) que nos dejen laburar.
750 técnicos y ninguno que sepa enchufar los micrófonos para que no se corten cada 5 segundos. 2000 policías y ni uno mirando a la hinchada. Martín sigue puchereando a lo lejos.
La ficción del optimista hoy no tuvo el final que esperábamos, 1 a 1 mediocre y lo peor: sin gol de Palermo. El milagro no llegó. Tal vez se debió a que el Titán lloraba cada vez –sí, cada vez- que la Doce coreaba su nombre. O tal vez se trate de una ficción francesa, donde los buenos son buenos, pero nunca ganan.
Las despedidas apestan. Y muerto Martín, muerto el optimismo.
Solo para llevarle la contra a todo lo que yo viví, las fotos se ven emotivas. Las fotos tienen ese don: el de mostrar parcialmente. El de congelar un momento y borrar los otros. Martín también tiene un don: el don de volar por los aires, de revolcarse de fútbol, buscar siempre, de lograr que hinchas del otro equipo se queden a ver su despedida, de jugar y llorar como un crío.
Será por eso que todo esto se ve lindo, pero la fotografía apesta como las películas de Hollywood. Como la vida de Palermo, que como bien dijo Bianchi sin anestesia en el video homenaje: lo que viene no tiene nada que ver con lo anterior. Lo que empieza es todo sufrimiento y casi nada de goce.
Gran motivador de La Vida Apesta, este Carlitos. Si no cobrara tan caro, lo contrataríamos de colaborador.